miércoles, 30 de diciembre de 2009

¿Es pública la escuela pública?


Mariano Fernández EnguitaEsta pregunta, en parte puramente retórica, podría formularse de diversas maneras. Por ejemplo: ¿es pública la escuela estatal?, ¿sirve la escuela pública al interés público?, ¿prima en ella el interés público o está subordinado a otros intereses que no lo son?, ¿funciona la escuela pública como un verdadero servicio público? En el título de este artículo hay ya dos ambigüedades que conviene disipar: la primera es que, al hablar de escuela pública, me refiero a la escuela estatal —no importa de qué administración de­penda—, no a las escuelas sostenidas con fondos públicos, que incluyen las concertadas, si bien una buena parte de lo que diré podría aplicarse también a ellas; la segunda es que, al preguntar si es pública, me refiero exactamente a si tanto el interés público —el interés de toda la sociedad— como los intereses del público —los intereses de los alum­nos que asisten a ella y los de sus familias—, aun parcialmente subordinados éstos a aquél, priman sobre los intereses de otros sectores, en particular sobre los del personal del centro y, más concretamente, los del profesorado.
Adicionalmente, quiero aclarar de antemano otra cuestión: aunque, en el aspecto que voy a tratar, algunos de los problemas que señalaré, que derivan en gran parte de los privilegios del funcionariado y la falta de control sobre su trabajo, están lógicamente menos presentes en la escuela privada, sea o no concertada, de ello no se desprende que ésta se sitúe, rebus sic stantibus, más cerca ni del interés público ni de los intereses del público. Lo primero no sucede, sencillamente, porque una buena parte de la enseñanza privada se caracteriza todavía, en España, por un fuerte componente ideológico — religioso o no— y una vocación clasista que se traduce en mantener a distancia a los alumnos más “problemáticos”, lo cual casa mal con el interés público, cuando no se opone abiertamente a él. Lo segundo, tampoco necesariamente, o al menos no en la medida que cabría esperar de la sola consideración de los defectos de la pública, dada la elevada dosis de pura y simple mercadotecnia que hay en su relación con la clientela. Además, si la escuela pública, aun dependiendo de una administración más o menos centralizada, es ya más diversa de lo que en principio se piensa, distribuyéndose los cen­tros en un continuo que va de lo óptimo a lo pésimo, o viceversa, la escuela privada aún lo es más, al depender de un sinfín de particulares, empresas, cooperativas, franquicias, órdenes religiosas, movimientos pedagógicos, etc.
Empecemos, pues, de nuevo: ¿es pública la escuela pública? Sí, por supuesto, en cuanto que es financiada por fondos públicos, su titular son los poderes públicos y sus trabaja­dores son funcionarios públicos, pero la pregunta no era tan sencillamente tautológica. Cuando se discute en el mundo de la enseñanza sobre el modelo educativo global, y par­ticularmente sobre la estructura del sistema, suele distinguirse entre escuela pública y escuela estatal : la primera estaría al servicio del interés público; la segunda, al de los designios del Estado o del gobierno. Esta distinción fue particularmente popular en la época de la transición política y en todo el debate que tuvo lugar desde ésta hasta la aprobación de la LODE. Se quería con ello señalar que la escuela pública no debía ser utilizada por el poder político para fines opresores o partidistas, por lo cual se reivindi­caba la autonomía de los centros, la libertad de conciencia del profesorado, el pluralis­mo ínter y/o intracentros, etc. Aunque nunca hayan desaparecido tales riesgos (piénse­se, por ejemplo, en las veleidades manipuladoras tanto de los nacionalistas y regionalis­tas como de la exministra Aguirre), lo cierto es que la pregunta tiene ahora otro senti­do.
La jerga legislativa y los portavoces de la escuela privada concertada han confluido a veces en englobar bajo la expresión escuela pública tanto a la estatal como a la privada concertada. Para los partidarios de la pública, sin embargo, la concertada no lo es tan­to, pues, aunque esté financiada con fondos públicos y sujeta a una regulación relati­vamente estricta, la propiedad privada de los centros y las prerrogativas de los propie­tarios cuestionarían ese carácter: la ley y la financiación, pues, no bastan. Sin duda te­nemos razón, pero la cuestión que toca hoy es la siguiente: ¿bastan, del otro lado, la ley y la titularidad estatal para garantizar que la llamada escuela pública sea inequívoca­mente pública?
Mi opinión es que no; que, aun en esas circunstancias —o precisamente en ellas—, es posible una subordinación de la escuela a otros intereses, concretamente a los intereses más espurios de los profesionales del sector, que puede calificarse abiertamente de apropiación, en la medida en que intereses y objetivos públicos (los del alumnado, la comunidad entorno y la sociedad global) quedan subordinados a los intereses y objeti­vos privados (de cada profesor) y corporativos (del conjunto del profesorado), a veces hasta el punto de su abandono. Eso es, creo, lo que ha tenido lugar en el último perio­do, sobre todo en el último decenio. Intentaré explicarlo.
Primero.
No ha habido una sola reforma del calendario o el horario escolares que no haya consistido en reducirlos. Se ha repetido hasta la saciedad, sin el más mínimo fun­damento, que la llamada jornada continua (y, por tanto, intensiva) iba en interés de los alumnos; se ha aplicado ya en buena parte de España, prometiendo maravillas y com­plementos extraescolares que nunca han funcionado; se han impuesto por la vía de he­cho vacaciones y fiestas semiclandestinas como la impresentable semana blanca o los días de entrega de notas; se ha convertido en costumbre empezar el curso el último día y terminarlo el primero dentro del plazo discrecional que fijan las instrucciones de la Administración; se ha vuelto indiscutible que, puesto que el horario se puede reducir en junio y septiembre, se reduce. Resulta casi grotesca la frivolidad con que numerosos enseñantes vocean las pretendidas excelencias de la jornada continua, afirmando que diversos estudios las demuestran, para no ser jamás capaces de señalar ni uno sólo. En sentido contrario, clama al cielo que, cuando las últimas noticias sobre el fracaso esco­lar indican que éste afecta de nuevo a un tercio de los alumnos que terminan la ESO, a nadie se le ocurra la posibilidad de utilizar horas adicionales e incluso el mes de julio para concentrarse en los alumnos de menor rendimiento, cuando, teóricamente, el pro­fesorado está disponible —a pesar de la eficacia probada, ésta sí, de políticas como la doposcuola italiana (prolongación del horario escolar) o las summer schools norteame­ricanas. Como resultado, numerosas familias acuden a la privada en busca de horarios menos concentrados, servicios más eficientes, actividades más diversas y mecanismos de recuperación veraniegos.
Segundo.
Se supone que los profesores disponen de una parte importante de su tiempo pagado (en la práctica, la mitad de las horas en la escuela primaria y casi dos tercios en la secundaria, por no hablar de un total de dos meses no lectivos pero tampoco vaca­cionales) para dedicarlo a la preparación de las clases, la renovación de los programas o el perfeccionamiento profesional, pero, aunque muchos lo hacen, otros muchos no, y no existen mecanismos ni legales, ni económicos, ni siquiera morales que les fuercen a hacerlo. La autonomía profesional se traduce para muchos en simple tiempo libre re­tribuido. Como resultado, el de enseñante se ha convertido en un empleo potencial­mente a tiempo parcial, pero remunerado, en todo caso, a tiempo completo. Se ha con­fundido de manera interesada la muy loable reducción del horario lectivo de los profe­sores —que podría incluso ser conveniente llevar aún más lejos, ya que se trata de una actividad fuertemente estresante—, con la reducción de su horario laboral, que es cosa bien distinta. Nadie niega, por supuesto, que el horario sigue siendo de treinta y siete horas y media semanales, pero son muy pocos los que lo practican. Recuérdese, por ejemplo, el lamentable espectáculo del amotinamiento de buena parte del profesorado canario de enseñanza secundaria contra la hora 25, es decir, contra la exigencia de pi­sar el centro por la tarde ¡un día a la semana! Como actividad profesional que es, impo­sible de regular al detalle, y por deber discurrir sólo parcialmente en el aula y en con­tacto con los alumnos, la calidad de la docencia depende en gran medida de la voluntad del profesor, voluntad que depende de su vocación, su motivación, etc. Sin embargo, esa autonomía sólo puede funcionar asociada a dos cosas: de un lado, a un elevado nivel de conciencia profesional o, si se prefiere, a una cultura profesional que socialice adecua­damente a los componentes de la profesión asegurando que interiorizan en grado sufi­ciente las normas de conducta y rendimiento que le son específicas; de otro, a meca­nismos de control internos y externos adecuados para disuadir a los que incumplen esas normas. Ni una cosa ni otra funcionan hoy, de modo eficaz, en la enseñanza no univer­sitaria.
Tercero.
La mayoría de los intentos innovadores de las Administraciones y, en especial, cualquier propuesta de que el profesor se responsabilice de algo que no sean su clase y su aula, tropiezan con una denodada resistencia. Por eso menudean los conflictos por las tutorías en secundaria, por la vigilancia de los recreos en primaria, por la atención a los comedores, por las salidas y actividades extraescolares, etc., se reducen al mínimo la atención a los padres, el trabajo de las comisiones pedagógicas, las coordinaciones de ciclo, los seminarios, etc. y se evitan tanto en los claustros como en los consejos cuales­quiera discusiones de fondo, no ya sobre la educación en sí, sino sobre los elementos básicos del funcionamiento cotidiano. Parte del profesorado sigue apegada al libro de texto como fuente última de la organización docente, y propuestas como la atención a la diversidad de niveles e intereses en el aula, la apertura al medio, etc., se quedan, tan a menudo como lo contrario, en simple papel mojado. Como resultado, las reformas se degradan de modo decisivo, cuando no naufragan, en proceso mismo de su aplicación.
Cuarto.
Aunque la LODE, y luego la LOPEG, han tratado, con mayor o menor acierto, de otorgar autonomía a los centros y asegurar su gobierno democrático por el conjunto de los sectores implicados, el profesorado mantiene una actitud entre indiferente y hostil hacia la participación. La mayoría no quiere ser parte del Consejo Escolar, se pro­cura que sus reuniones sean puramente rutinarias, se le hurta información, se reaccio­na corporativamente ante cualquier crítica de padres o alumnos, se mira con descon­fianza a las asociaciones de padres, etc. En general, la presencia de otros en el gobierno del centro (otra cosa es su utilización como mano de obra auxiliar) es vista como un engorro impuesto, como una intromisión; como la otra cara, por decirlo de la manera habitual, del pretendido vaciamiento de competencias del claustro —pretensión que no resiste el más mínimo contraste con la realidad. Como resultado, la gestión democrática y compartida de los centros se ha convertido en muchos de ellos en poco más que una ficción. Los proyectos educativos de centro, en los que deberían plasmarse tanto la apertura del núcleo profesional del centro a la especificidad del entorno social como la aportación de éste a la tarea educativa, se limitan, las más de las veces, a expresiones rituales de buenos deseos que nadie niega, pero que carecen de cualquier articulación o implicación prácticas. Los proyectos curriculares simplemente no son discutidos en Consejo, limitándose los representantes no docentes a constatar que existen, e incluso el Claustro no suele ir más allá de aceptar y sumar lo que propone cada ciclo, seminario
o departamento. Las programaciones y memorias anuales son pasadas apresuradamen­te al Consejo, que las suele informar de modo favorable sin entrar en ninguna conside­ración de fondo. En general, los Consejos se encuentran con que sus resoluciones son ineficaces sin el Claustro o que están predeterminadas por él: por eso los profesores no los toman en serio y los padres y alumnos terminan desilusionándose de ellos.
Quinto.
La dirección del centro se ha desmoronado, como institución, en favor del claustro. Con un discurso antijerárquico, el profesor ha conseguido convertirse en due­ño y señor de su clase, su grupo o su aula, de los que no responde sino ante sí mismo.
Es decir, en irresponsable. Nadie sabe nada del vecino ni tiene por qué informarle, ni tampoco a la Dirección, lo cual es lo más parecido al caos. A pesar de lo que diga la ley, ni la dirección ni el Consejo Escolar pueden dar un solo paso sin el Claustro, y la activi­dad habitual de éste consiste en asegurar que nadie lo dé, ni saque el pie de su reducto. Los directores tienen que elegir entre asumir el papel de meros administradores, sin liderazgo ni objetivos, o entrar en conflicto con sus colegas, con un alto coste personal y dudosos resultados: por eso nadie quiere ser director. La clase de profesional y de persona que acepta desempeñar este cargo así concebido no es necesariamente la mis­ma que se ofrecería para llevar adelante un proyecto de cierta enjundia, y la desgana con que se asume se ve parcialmente justificada por la ausencia de otras candidaturas o por el procedimiento sustitutorio de designación administrativa (que no impediría, sin embargo, presentar un proyecto a los órganos correspondientes ni solicitar una mani­festación formal de su apoyo, es decir, presentar ante ellos una moción de confianza, y que se está convirtiendo en una manera de llegar a la dirección sin compromiso algu­no). Como resultado, los centros son a menudo organizaciones ineficaces, a veces una mera suma de profesores, y, para el alumno, todo depende de la suerte, de quién le to­que en el aula, sobre todo como profesor-tutor en la escuela primaria.
Sexto.
El claustro informal (el pasillo y la sala de profesores) y, si es preciso, el formal, se encargan normalmente de enfriar los ánimos de los profesores que, por su nivel de actividad o su afán de innovación, ponen en evidencia el inmovilismo de los demás. Na­die debe destacar sobre la mediocridad ni sobre el bajo nivel de compromiso imperan­tes. Como resultado, la enseñanza se ha convertido, precisamente para los mejores pro­fesionales, en un escenario sin incentivos, más bien jalonado de sinsabores, mientras campan a su antojo los que tienen una visión puramente instrumental de su trabajo. En los buenos centros sucede exactamente lo contrario: que el clima propiciado por unos objetivos compartidos, un alto compromiso moral y un buen nivel profesional es sufi­ciente para arrastrar o, al menos, para impedir que actúen como obstáculo los elemen­tos menos dispuestos.
Este es el papel y éstos son los logros de lo que bien podríamos llamar la quinta colum­na en la escuela pública, ya que su actividad roza a veces el sabotaje. Es verdad que la enseñanza pública se encuentra hoy, como cualquier otro servicio del Estado del Bienes­tar, bajo un fuego cruzado en el que participan el neoliberalismo, la sacralización del mercado, el gobierno de la derecha, etc., pero su principal enemigo no está fuera, sino dentro: son esos profesores para los cuales es tan sólo un lugar de trabajo, de un traba­jo por el que sienten escaso entusiasmo, y que durante el último decenio han logrado, una vez tras otra, conseguir más por menos. Son ellos los que provocan que numerosas familias escapen despavoridas hacia la escuela privada, pues, como en todo proceso de migración, antes y más importante que el pull (el tirón, lo que atrae al punto de desti­no), está el push (el empujón, lo que repele del punto de origen). Sin embargo, eso no les impide, una y otra vez, manifestarse en defensa de lo público, pues, después de todo, lo público es suyo, y cada vez lo es más.
Para terminar de suministrar motivos a quienes, a estas alturas, ya me habrán incluido en la lista negra de los enemigos de la escuela pública o de la profesión docente, voy a añadir un intento de explicación de por qué ha sucedido esto, y lo haré nombrando tres elementos innombrables en una crítica, rozando lo políticamente incorrecto: me refiero a la feminización y la desvocacionalización de la profesión y a la irresponsabilidad aco­modaticia de los sindicatos.
Es un lugar común que, en España, las mujeres se están incorporando lentamente al trabajo remunerado, extradoméstico, y que, cuando lo hacen, se ven sometidas a una doble responsabilidad que puede convertirse con facilidad en una doble jornada. Un famoso libro de los años sesenta, La familia simétrica (de M. Young y P. Willmott), de­fendía la idea de que ésta surgía a partir de la sustitución de la norma “varón empleado + mujer ama de casa” por la de estar ambos empleados tanto fuera como dentro del hogar (de ahí la nueva “simetría”)… para admitir enseguida que, en realidad, las fami­lias, no pasaban de dos a cuatro empleos (dos dentro y dos fuera) sino, transitoriamen­te, a tres (el hombre fuera y la mujer dentro y fuera). En otras palabras, es un lugar común que la división sexual del trabajo se resiste mucho más a cambiar en la esfera doméstica que en el mercado de trabajo, por lo que las mujeres de estas generaciones están cargando con un fardo histórico que las generaciones próximas no sabrán agradecerles. Esto produce, lógicamente, una búsqueda constante de empleos a tiempo par­cial y una no menos constante presión por convertir en tales otros que no lo son. Natu­ralmente, esto se consigue de distinta manera en el sector privado y en el público: en el privado, las mujeres se ven abocadas a empleos a tiempo parcial, sí, pero también más precarios, peor pagados, sin oportunidades de promoción, etc.; en el público, por el contrario, es posible ir recortando las obligaciones, sin recortar los salarios e incluso aumentándolos, hasta producir un ajuste similar, que permita compatibilizar las dos jornadas, dentro y fuera. En este empeño colaboran, desde luego, los enseñantes varo­nes, tal vez por unas peculiares preferencias trabajo/ocio, porque ello posibilita el plu­riempleo o por no resistirse a la corriente dominante, mientras que en un sector no tan feminizado probablemente se habría producido otra dinámica bien distinta, centrada en un mayor empeño en subidas salariales aun a costa de la intensificación o prolongación del trabajo real. Lo irónico de esto es que, cada vez que el profesorado, fundamental­mente femenino, logra una nueva fiesta, otro día de suspensión de las actividades do­centes por el motivo que sea, otro caso de aplicación de la jornada continua, empezar el curso un día más tarde o aplicar el horario de verano un día antes, quienes pagan el pato son ante todo, aparte de los alumnos, sus madres, que tienen que recurrir a com­plejos arreglos familiares, vecinales, etc. o, simplemente, limitar aún más su empleabili­dad extradoméstica. Unas mujeres, las maestras, resuelven su papeleta a costa de otras —que, por cierto, son muchas más, en razón 25 a 1, aproximadamente.
Otro cambio importante en la profesión afecta al papel de la vocación en la misma. No creo incurrir en el vicio de afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor si digo que la profesión docente ha dejado progresivamente de ser vocacional. Aunque no debamos engañarnos tampoco sobre lo que fue —se ha escrito abundantemente sobre el maestro como desertor de su clase social, etc.—, cabe afirmar que el magisterio y, en menor me­dida, el profesorado de la enseñanza secundaria se nutrieron durante decenios con per­sonas que volcaban en él una vocación de servicio al prójimo de raíces cristianas o que, como alumnos, habían visto en la escuela una ventana al mundo, más allá de su entor­no social inmediato, que deseaban abrir, a su turno, a otros —o las dos cosas. El docen­te no era, a menudo, sino un antiguo buen estudiante, que lo fue por encontrar en la escuela oportunidades inéditas en su medio, y que decidía mantenerse en ella como adulto porque era lo mejor que había conocido y, en cierto sentido, lo mejor que podía imaginar. Hoy, un alumno de magisterio es, con más frecuencia de la deseable, alguien cuya nota de selectividad no le permite estudiar otra carrera, y, un profesor de ense­ñanza secundaria, alguien que preferiría estar ejerciendo su profesión fuera de la escue­la pero no ha encontrado la manera de hacerlo. Ni están todos los que son, ni son todos los que están, desde luego, y tal vez ni siquiera sean la mayoría, pero, en todo caso, son demasiados.
Finalmente, la dinámica sindical ha contribuido de forma decisiva a esta situación, aun­que haya sido como una consecuencia no querida, como efecto perverso de una acción, en principio, dirigida a otros fines. En la dinámica de la movilización, que en la ense­ñanza no universitaria adopta siempre una forma asamblearia, quien quiera contar con la mayoría o aspire simplemente a ello —y todos aspiran— ha de dirigirse inevitable­mente al denominador común, y otro tanto sucede en procesos como las elecciones de delegados. Ahora bien, el denominador común conduce siempre hacia abajo, general­mente hacia alguna variante de la consigna: queremos más por menos, que resulta chi­rriante para un grupo que se considera a sí mismo una profesión (vocacional, entrega­da, responsable…) y que ejerce en una institución a la que proclama un servicio público. Paradójicamente, son los mismos sindicatos que reivindican la defensa y la calidad de la escuela pública los que alientan el despertar de los elementos más corporativos, aun cuando parte de su base sea la que, por otro lado, alimenta los movimientos de renova­ción pedagógica y otras alternativas comprometidas y renovadoras: en la acción colecti­va, el resultado agregado dista siempre notablemente de la simple suma de las volunta­des individuales.
Desde luego, no todo es desolación. No es simplemente que haya excepciones, sino que hay muchos magníficos profesionales, educadores vocacionales que, con independencia de su mayor o menor conformidad con sus condiciones de trabajo, saben que el suyo es un servicio público y le entregan lo mejor de sí mismos. Es posible, incluso, que éstos sean la mayoría, pero lo característico de la situación actual de la escuela pública es que, a diferencia del periodo anterior (entre la transición política y 1988), se han visto desbordados por los otros. Igual que las malas hierbas se imponen sobre el trigo, le quitan el agua y le tapan el sol, así, los enseñantes sin vocación ni responsabilidad se imponen hoy a los que las tienen. Quizá porque no hemos sabido aplicar la vieja máxi­ma campesina, recogida hasta en la Biblia: separar la cizaña del trigo. Desde fuera, ésta debería ser la función de la carrera docente, que hasta el día de hoy no ha pasado de ser un pío deseo de algunas fuerzas políticas reformistas rechazado sistemáticamente por el sector; desde dentro, habría de ser una de las consecuencias naturales de una profesionalidad bien entendida.
Mariano F. Enguita es Catedrático de Sociología en la Uni­versidad de Salamanca.
Autor de La profesión docente y la comunidad escolar: Crónica de un desencuentro (Madrid, Morata) y Poder y participación en el sistema educativo (Barcelona, Paidós), relacionados ambos con problemática de este artículo. Su libro más reciente es Alumnos gitanos en la escuela paya (Barcelona, Ariel, 1999).

sábado, 12 de diciembre de 2009

EDUCAR PARA EL CONSUMO




HIJOS CONSUMISTAS

         Tras el periodo navideño, lleno de gastos y consumismo, incentivado por la sociedad, los medios de comunicación..., nos  detenemos en el término “consumismo” para nuestros hijos.


El consumo tiene su raíz en la satisfacción de necesidades tanto físicas como emocionales. Resulta de vital importancia que nosotros, padres, transmitamos a nuestros hijos una educación para un consumo consciente, responsable y solidario que les ayude a mantener una buena calidad de vida y un bienestar psicológico y material razonable. Está al alcance de todos con algo de voluntad y reflexión a la hora de ir de compras. Los padres podemos educar a nuestros hijos en estas pautas de consumo responsable, explicándoles la importancia de no despilfarrar el agua, apagar las luces cuando se sale de una habitación, reutilizar libros y ropa de sus hermanos mayores, etc. Incluso es posible ampliar la teoría de "las tres erres", animando a los menores a regalar todos aquellos objetos que ya no necesiten y que puedan servir a otras personas:


  •    Reducir comprar sólo lo indispensable.
  •   Reutilizar: libros, ropas, material escolar, etc. pueden pasarse entre hermanos, familiares o donarse a organizaciones de beneficencia, tiendas de segunda mano, etc.
  •    Reclicar : por ejemplo, siguiendo la política de los contenedores que separan los materiales que se desechan.


Es importante educarlos en estas pautas de consumo, sobretodo porque ellos también están expuestos a la influencia de su entorno: publicidad, televisión y valores sociales predominantes. Pero no hay que olvidar que el primer modelo de referencia de niños y adolescentes somos nosotros, sus padres, por lo que es conveniente dar ejemplo, que sea coherente, constante y preciso. Los pequeños de la casa se fijan en el comportamiento de los adultos.

Numerosos estudios y psicólogos nos alertan de que colmando de regalos a los niños se les cría en la abundancia, con mentalidad consumista, y de esta manera no aprenden a disfrutar de cada cosa ni a comprender el valor del dinero o del ahorro. Los padres podemos hacer comprender a nuestros hijos que tener más no significa ser más feliz y explicarles por qué es imposible que se les compre todo aquello que se les antoje en cada momento.

En definitiva, se trata de poner límites, de saber decirles que no. A veces, superados por el cansancio, por los sentimientos de culpa resultantes de pasar poco tiempo con ellos o por falta de paciencia, resulta tentador ceder a las exigencias caprichosas de nuestros hijos. Los padres debemos aprender a decir "no" y a no sentirse culpables por ello. Se pueden seguir diversas estrategias para negarse a comprarles todo lo que piden.

  • Mantenerse firme en una decisión, de manera que la conducta paterna sea coherente. Los padres deben ponerse de acuerdo en la actuación a seguir, incluso con abuelos y tíos.
  • Que sea un "no" razonado. Explicarles por qué en esos momentos no se les puede comprar lo que piden: no se necesita, ya tienen muchos juguetes, etc. El dinero se obtiene con esfuerzo y se debe cuidar.
  • Decirles que no se les compra el juguete, pero proponerles alguna alternativa placentera como ir a casa, merendar juntos y jugar a algo que les apetezca.
  • A nuestros hijos adolescentes se les puede asignar una “paga semanal” para que aprendan a ahorrar y a comprarse ellos mismos lo que necesiten. La paga se adaptará a su edad y no será demasiado elevada. Según los profesionales aumenta la autonomía, les enseña a administrarse y a fomentar su capacidad de decisión.
  • Que nuestros hijos entiendan la diferencia entre querer y necesitar. Puede resultar útil animarles a compartir o a donar algunos de sus juguetes a una asociación benéfica para que conozcan que hay otros menos afortunados que ellos y valoren lo que tiene. 

Es importante preparar a nuestros hijos para un futuro en el que tendrán que renunciar a algunas cosas para obtener otras y en el que no se podrá obtener todo lo que quieran. Un adolescente al que nunca se le dice “no” desconocerá el significado de la frustración y de los mecanismos necesarios para afrontarla.




viernes, 4 de diciembre de 2009

La FP de grado medio dará acceso a un Bachillerato de un solo curso


El camino clásico, de secundaria obligatoria (ESO) a la FP o al Bachillerato y la Universidad, ya tenía algunas alternativas, pero el proyecto de Ley de Economía Sostenible que impulsa el Gobierno multiplica esas otras posibilidades, flexibilizando el sistema alrededor de una reforma de la FP anunciada hace más de un año. Se trata, por ejemplo, de que se podrá acceder a la FP de grado medio sin el título de ESO, pero habiendo aprobado un programa de cualificación profesional inicial. Estos programas (la nueva garantía social) son la alternativa para los chavales de 15 y 16 años que, después de repetir, no son capaces de aprobar el título obligatorio por el camino habitual. En ellos, se aprenden los rudimentos básicos de un oficio mientras se avanza en habilidades básicas. Este año hay 70.000 alumnos matriculados en estos programas.
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J. A. AUNIÓN - Madrid – 02/12/2009. El País

Ésta sería una vía fundamental para intentar reducir la fatídica estadística que atenaza la educación española: ese 30% de jóvenes que deja de estudiar después de la ESO. Pero el camino de las pasarelas no termina ahí. Los titulados en formación profesional de grado medio podrán acceder al grado superior (previo curso puente o examen de acceso), pero a partir de ahora también podrán sacarse el título de bachillerato en un solo curso (en la vía normal el Bachillerato tiene dos cursos). Tendrían que superar "un curso de un año de duración de profundización en competencias clave y formación tecnológica basadas en los objetivos generales del Bachillerato", dice el texto de la norma. Unas 74.000 personas se titulan al año en FP de grado medio.
Además, los titulados de FP de grado superior, que ya podían empezar una carrera universitaria sin hacer Selectividad, tendrán reconocido por ley que, "al menos, podrán convalidarse 30 créditos ECTS" (equivalente a medio curso), si la carrera está relacionada con el título de FP que se estudió. Por ejemplo, si un técnico superior en realización de audiovisuales y espectáculos se matricula en comunicación audiovisual, se le podrá convalidar al menos ese medio curso y, si en la carrera hay que hacer prácticas externas en empresas, también podrán serle convalidadas por las que ya hizo en la FP.
El proyecto de ley también empieza a hacer realidad la conexión entre la de la FP reglada con la formación para el empleo (la que ofrece el Ministerio de Trabajo, muchas veces a través de sindicatos y empresas, como formación continua o para desempleados). Así, los institutos públicos y concertados de FP podrán ofrecer también esa formación para el empleo.
Asimismo, las empresas privadas podrán participar en "la construcción y adquisición de instalaciones y equipamientos destinados a los centros públicos" de FP mediante acuerdos con las comunidades. Los acuerdos, continúa el texto, "podrán contemplar la utilización compartida de las instalaciones y el equipamiento para fines docentes y empresariales".

miércoles, 2 de diciembre de 2009

La educación española suspende en todos los objetivos fijados por la UE


• El porcentaje de jóvenes que acaban secundaria baja y la inversión pública queda lejos de la media
• El informe europeo muestra un retroceso en la capacidad de leer y un mayor abandono escolar
España no solo suspende en los grandes objetivos fijados por la Unión Europea (UE) para mejorar el nivel educativo en el 2010, sino que retrocede peligrosamente en los más esenciales, según el informe presentado ayer por la Comisión Europea. Finlandia es el único país de la UE que cumple todos los objetivos.
Las cifras comparativas son otra constatación del deterioro del nivel educativo español: sube el porcentaje de menores con dificultad para leer, crece el abandono escolar y disminuye el porcentaje de jóvenes con la educación secundaria completa.

ELISEO OLIVERAS / ANTONIO YAGÜE / El Periódico.com
BRUSELAS / MADRID / 26-11-09

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Los únicos atenuantes son el impacto negativo en los resultados globales de la elevada llegada de inmigrantes durante esta década y el crecimiento económico que incitaba a los jóvenes a abandonar los estudios para trabajar, según los expertos.
El primer dato alarmante es el crecimiento del porcentaje de adolescentes de 15 años con dificultades serias de comprensión de la lectura, que ha pasado de representar el 16,3% del total en el 2000 al 25,7% en el 2006, una cifra superior a la media europea (24,1%) y a la de otros países con elevada inmigración como Alemania (20%) y Francia (21,7%). El objetivo europeo es reducir ese porcentaje al 17% en el 2010.

FRACASO ESCOLAR
El porcentaje de jóvenes de 18 a 24 años que han abandonado los estudios en España ha subido del 29,1% en el 2000 al 31,9% en el 2008, más del doble de la media europea (14,9%) y casi tres veces más que en Alemania (11,8%) y Francia 11,8%). El objetivo de la UE es limitar esa cifra al 10%.
Los jóvenes de 22 años que han completado sus estudios secundarios también han disminuido de forma notable en España, al pasar de representar el 66% del total en el 2000 al 60% en el 2008, 18,5 puntos porcentuales por debajo de la media de la UE. Alemania y Francia, las dos principales motores económicos de la UE, tienen unas cifras superiores a las españolas en 14,1 y 23,4 puntos, respectivamente. El objetivo europeo es lograr que suba hasta el 85%.

CIENCIA Y TECNOLOGÍA
España ha logrado incrementar durante esta década en un 12,4% el número de licenciados en matemáticas, ciencias y tecnología, pero se queda por debajo del objetivo europeo del 15% y muy por debajo de la media de la UE (33,6%). El aumento significativo de los graduados universitarios en esas áreas se considera indispensable para desarrollar una economía competitiva orientada hacia el futuro.
España también ha mejorado en la formación de adultos, que llega al 10,4% de la población, pero se queda por debajo del objetivo europeo del 12,5%, aunque supera la media.
Uno de los factores que contribuyen al fracaso español es el limitado volumen de fondos dedicados a educación. España destina el 4,28% del producto interior bruto (PIB) a educación, mientras que la media en la UE es el 5,05% y Finlandia, el alumno ejemplar, le dedica el 6,14%.
La secretaria de Estado de Educación, Eva Almunia, defendió que el informe maneja datos atrasados que no reflejan la realidad actual del sistema educativo español, ya que se basa en la encuesta de población adulta (más de 18 años), incluyendo alumnos que dejaron las aulas hace 6 u 8 años.

SOMBRAS RECONOCIDAS 
Según los datos del Ministerio de Educación, España cumple los objetivos educativos de la UE para el 2020 en educación infantil (cuarto país de la UE con más niños de tres años escolarizados), y en educación de adultos y educación superior está por encima del objetivo europeo del 2008. «Solo estamos peor en abandono escolar y en grados medios. Son nuestras sombras», admitió Alumnia.
Educación cifra el abandono escolar actual en un 29%. Almunia también discrepó de la inversión en educación que apunta la UE, con datos del 2006. Según ella, se invirtió el 4,6% del PIB en el 2008 y el 4,98 en el 2009.

martes, 1 de diciembre de 2009

Las familias ‘progres’ dedican menos tiempo a educar a los hijos


Un estudio recalca que tienen más formación y delegan más en la escuela

Las familias que tienen la etiqueta de progresistas suelen descuidar más la educación de sus hijos. Es una de las conclusiones de un informe encargado por la Fundación Bofill a un equipo de expertos que ha dirigido el catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, Javier Elzo.
El trabajo ha clasificado las familias en cuatro tipologías: La primera, extravertida y progresista; la segunda, introvertida y tradicional; la tercera, conflictiva, y la cuarta armónica y convivencial. El trabajo se ha hecho en base a una muestra hecha en Cataluña con cuestionarios y entrevistas a familias (1.060), profesores y alumnos de 12 años. Las conclusiones del estudio revelan que las del primer grupo delegan más que las otras la educación de sus hijos.
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SEBASTIÁN TOBARRA - Barcelona – 27/11/2009. El País

¿Cómo son estos padres y madres llamados progresistas? Primero suelen tener un nivel de formación más alto. Son en gran parte profesionales, técnicos, empresarios y comerciantes que rechazan la pena de muerte, defienden el aborto y la eutanasia, la legalización de la marihuana y trabajan más fuera de casa, destaca el estudio. "Quizá son así porque estamos hablando de padres de familia que vivieron la transición y de la época de prohibido prohibir. Estas familias suelen tener, añade Elzo, "pocas muestras de afecto" para con los hijos.
"No digo que todos los progresistas son así, pero los que son así destacan por ser progresistas", recalcó el director del estudio. Jordi Sánchez director de la Fundación Bofill, acotó: "Las tipologías que tiene el estudio nos aproximan a las familias, pero la realidad tiene muchos más matices".
En este grupo de familias progres "hay un notable desestimiento de la educación de los hijos, que se delega en la escuela, en personal auxiliar domiciliario" o en clases particulares de refuerzo. La conclusión es que a pesar de que estos padres tienen un nivel educativo más alto "la descuidan y pasan menos tiempo con sus hijos".
Aún así, otros estudios de la Organización para la Cooperación y Desarrollo (OCDE) y de la Fundación Jaume Bofill corroboran que a mayor formación de los progenitores los alumnos suelen sacan mejores notas y llegan a un nivel de formación mayor. Elzo destacó, en este sentido, que el trabajo que ha dirigido comprende alumnos de 12 años, a final de la primaria, y que la mayor vida escolar que a la larga tienen los alumnos de las familias más acomodadas se produce a lo largo de toda la etapa escolar.
Otra tipología de familia, la que el estudio llama conflictiva, es la que más problemas presenta. Hay otros estudios que ya lo habian ratificado. En estas familias suele haber mal clima familiar, incluso con castigos corporales y los padres suelen tener "poca confianza en sí mismos". Los progenitores suelen tener menos nivel cultural. Suelen estar a favor de la pena de muerte en casos graves y no tienen normas de convivencia en casa a la hora de ir a dormir e incluso se dan "respuestas irrespetuosas de los hijos". Estos padres suelen vivir "angustiados por la educación de los hijos, recalca el estudio".
Las otras tipologías de familia ?la introvertida y tradicional y la armónica y convivencial? son las que mejor paradas salen. En esta última, hay buen clima familiar y buenas relaciones con "el centro docente". Son los más satisfechos con la educación y tienen"más satisfacción de los hijos". Suelen ser estos padres los que más usan el castigo como correctivo. Respecto a las familias del grupo tradicional, el estudio de la Fundación Bofill destaca que tienen "los valores de siempre", autoridad fuera y dentro de la familia.
Otro de los puntos que recalca Elzo es que el ser familia monoparental, de separados, numerosa o reagrupada no tiene tanto efecto en sus relaciones y en la formación como como "el clima familiar y la manera de funcionar". "Naturalmente, que ser familia monoparental o de separados influye pero no tanto como el modelo de funcionamiento", remachó Elzo.

El padre, menos implicado
Otra conclusión del trabajo es que en las cuatro tipologías familiares "los hijos o hijas perciben menor implicación del padre que de la madre en las actividades vinculadas con ellos". Y también que "los hijos hacen una valoración menor de la implicación de los padres y madres que la que dicen éstos que tienen".
El director del estudio quiso resaltar que, pese a los problemas y las distintas tipologias, la gran mayoría de familias incluidas en la muestra están "razonablemente satisfechas de cómo funcionan y de la educación de los hijos. Un notable de nota media", apuntó Elzo.