martes, 30 de junio de 2009

Del cachete al banquillo

Ya no hay vuelta atrás. Muchos padres se lo tienen que pensar dos veces antes de enmendar o corregir una conducta fuera de tono de sus hijos. Ni cachete, ni torta, ni azote, ni bofetada, ni coscorrón y, por supuesto, ni pensar en un zapatillazo en las nalgas. Ni porque se pierdan los nervios, ni por un arrebato, ni de forma puntual y mucho menos por costumbre. Los castigos durante años consentidos hay que desterrarlos. La sociedad ya se ha dado cuenta de que no resultan buenas lecciones pedagógicas. Y además las consecuencias de estas prácticas pueden llevar a la ruina de la familia y hacer sentar a los padres en el banquillo.

ABC – M. J. PÉREZ-BARCO – MADRID – 28-06-09
Foto: ABC David, el hijo de la madre de Jaén, recibió un golpe de su progenitora por su mal comportamiento

image Ya existen casos que dan ejemplo. La Justicia ha puesto límites a la forma en la que algunos padres educan a sus hijos. No sólo una madre de Jaén fue condenada a 45 días de cárcel por dar un golpe a su hijo de diez años y finalmente indultada por el Consejo de Ministros. Otra progenitora de Málaga se enfrenta a una pena de nueve meses de prisión por echar de casa a su hijo de 15 años para darle un escarmiento por su mal comportamiento.

Y en este debate no se trata sólo de discutir hasta dónde llega el límite entre lo que para muchos significa una amonestación sensata para corregir una conducta y los malos tratos a menores, una lacra que toda la sociedad condena. Existe otra cuestión de fondo: ¿Hasta dónde puede intervenir la Justicia en la potestad de los padres para educar a sus hijos? Sobre todo teniendo en cuenta que el cachete o la bofetada ya no cuentan con ningún respaldo en nuestra legislación, ya que en diciembre de 2007 se derogó del Código Civil la potestad de los progenitores de «corregir moderada y razonablemente» a sus hijos.

«No es bueno que los tribunales se metan a pedagogos», valora José Luis Requero, magistrado de la Audiencia Nacional y ex vocal del Consejo General del Poder Judicial. «Al final -dice- los padres pueden depender de la pedagogía que cada juez imponga, de la denuncia de un maestro o hasta del propio hijo. No es muy acertado que con unas generaciones cada vez más desbocadas, los poderes públicos se metan en un terreno tan privativo de los padres o lancen ideas que pueden mermar aún más su autoridad». «¿Castigar sin salir de casa será secuestro? ¿O quitar el móvil es maltrato psicológico porque el niño está incomunicado?» Llevado al extremo, Requero se plantea que si un cachete se puede considerar delito, entonces «¿castigar sin salir de casa será secuestro? ¿o quitar el móvil es maltrato psicológico porque el niño está incomunicado?». «No es bueno -continúa- que prácticas que siempre han sido habituales y nunca se han podido confundir con el maltrato entren de lleno en el Código Penal. Para cualquier persona con sentido común un cachete no es un pasaporte al maltrato. Una torta no es una buena pedagoga, pero una torta a tiempo ahorra muchos problemas. Otra cosa es la paliza».

Educación en valores

Y eso es lo que parece que piensan muchos españoles. De hecho, seis de cada diez padres siguen mostrándose partidarios de la bofetada en situaciones críticas. «Dar un azote en las manos a un niño de tres años que va a meter los dedos en un enchufe y que no va a entender que es peligroso no es maltrato. Pero no se puede educar a un hijo de manera rutinaria en las bofetadas sino en el respeto y en valores», afirma el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda. A su juicio, la pérdida de autoridad de los padres es una realidad que está en el origen de muchos de los conflictos que existen en las relaciones paternofiliales, una filosofía que comparten otros expertos consultados por ABC. «Los padres pasan mucho tiempo fuera de casa y los niños solos, ante la televisión y el ordenador. Así, se crían generaciones de niños que no conocen límites», dice Canalda.

«El cachete no es el inicio del maltrato, pero la Justicia tiene que intervenir en algunas situaciones» Del cachete puntual, y que algunos denominan «pedagógico», a la agresión hay un abismo. No obstante, merece una seria reflexión, porque el riesgo de los malos tratos existe, «ya que sólo se detectan entre el 15 y 20 por ciento de los casos de malos tratos que se dan en el ámbito familiar». Es decir, el resto no salen a la luz. Razón suficiente para que Canalda defienda que «la Justicia tiene que entrar en la familia siempre que se produzcan lesiones».

Patria potestad

Una opinión que también defiende Javier Urra, doctor en Psicología y experto en menores. «El cachete no es el inicio del maltrato, pero la Justicia tiene que intervenir en algunas situaciones. La madre de Jaén fue juzgada por las lesiones que tenía el niño en el cuello y un médico confirmó. Y la madre de Málaga expulsó a su hijo de casa, dejándole en la calle y, por tanto, en una situación de riesgo. El error que existe es que se ha hecho una mala interpretación de la patria potestad. Los padres entienden que sus hijos son de su propiedad. Y lo que deben interpretar es que tienen una responsabilidad con sus hijos que hay que ejercer correctamente».

La mayoría de los expertos rechaza el cachete como método pedagógico. No obstante, «si ocurre en un momento dado, no hay que mandar a los padres a la cárcel, pero si la bofetada se convierte en maltrato, debe intervenir la Justicia», señala el presidente de la Confederación Española de Padres y Madres de Alumnos (Ceapa), Pedro Rascón.

Más críticos son en Prodeni, asociación en defensa de la infancia. Su portavoz insiste en que «no se condena a una madre por una bofetada, sino por causar unas lesiones que han quedado demostradas en el caso de Jaén. El cachete siempre pone a los progenitores en una situación de riesgo. Nadie da un guantazo a un chaval de 17 años. Se da a niños de 3 a 8 años, pequeños que al ser golpeados pueden darse contra una mesa y sufrir un daño mayor».

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